Informe - La Ideologia del Texto

Aaron Walker

No es dificíl imaginar una confrontación violenta y política entre el Barthes de El Placer del Texto y Balibar y Macherey en “Literature as an Ideological Form”. Barthes ridiculiza la ideologia dominante, un concepto instrumental para no decir constitutivo del análisis de Balibar y Macherey.  El concepto se ve redundante, pues en Marx la ideologia ya implica la dominancia.  Este entendimiento, que a la ideologia no  no le hace falta apoyarse en otro base para ejercer su función hegemónica, nutre una resistencia muy particular.   Explica Barthes: “La lucha social no puede reducirse a lucha de dos ideologias rivales: lo que está en cuestión es la subversión de toda ideologia.”  Y así se disuelve la contradicción que sustenta la conclusión de Balibar y Macherey, que “El efecto de dominancia realizada por la producción literaria presupone una presencia de la ideologia dominada adentro de la ideologia dominante en si.”  Pero, con una mano, esta prestidigitación del lenguaje nos ha hecho desaparecer una ideologia y, con la otra, levanta su palito de subversión contra la restante.   Donde está escondido nuestro conejo y para que sirve el palito?

Primero, hay que investigar la relación entre el autor y el sujeto de los trucos.  Balibar y Macherey parecen acordar con Barthes en una cierta escisión del autor en favor del sujeto lector.  Para ellos, sin embargo, el autor es históricamente definido – “es un agente material, un intermediario inserido en un lugar específica, bajo condiciones que no ha creado”.  La aparición del lector en el centro del proceso literario solo ocurre como consecuencia de imponer una cierta equivalencia entre el autor y el sujeto, intención y efecto.  Y debería seguir que el sujeto es tambíen históricamente situado... pero no: “Interpretaciones y comentarios revelan el efecto estético, precisamente, en plena vista...De esta manera, un texto muy fácilmente puede dejar de ser literario o volver a serlo bajo nuevas condiciones”.  No estamos ante el viejo problema Marxista de la sobrevivencia del efecto artistico a lo largo de la historia? Precisamos recorrir a Jauss para explicar como un lector debe interpretar un texto histórico sin perder su historicidad?  La dificultad es que en la elaboración del efecto literario, Barthes y Macherey han cortado el tenue hilo que sustenta su tesis de contradicciones encajadas (y suprimidas) en el texto.  La forma de las contradicciones de una época no son iguales a las de otras, o por lo menos así piensa Marx.  El texto se mantiene bajo la forma de una ideologia, la del texto.

Barthes reconoce la historicidad de un texto pero no por eso deja de desmantelar el papel histórico del lector.  En “La Muerte del Autor”, son coevales el autor y su texto, existen en el mismo espacio histórico.   Eso, sin embargo, no es el texto que leemos.  Como el texto de Macherey y Balibar, salta tan largo en el tiempo como queira.  Este es otro, y requiere un lector explicitamente no histórico como telos de sus significados “El lector es el espacio mismo en que se inscriben, sin que se pierda ni una, todas las citas que contituyen una escritura...el lector es un hombre sin historia, sin biografía, sin psicología; él es tan sólo ese alguien que mantiene reunidas en ese campo todas las huellas que contituyen el escrito.”  Si el lector es tan vacío en su contenido, será que todavía sobra algo particular en su forma? Sobretodo, el placer del lector es “individual pero no personal.” Esa leve distinción es una de posesión; Barthes insiste que el lector no se apropia del texto, sino que lo experimenta.  Y en esa experiencia el lector ocupa un lugar reminscente del sujeto Kafkiano, pero puesto en esta situación por el efecto del texto: “el texto instituye en el seno de la relación humana – corriente – una especie de islote, manifiesta la naturaleza asocial del placer (solo el ocio es social).”  Frente un lenguaje tan cargado, es necessarío detenernos por un minuto en las categorias: el texto como agente, la institucionilazición del placer, el placer – por “natureleza” asocial, y una hierarquia no muy bien disfrazada y enteramente sospechosa entre el ocio y el placer.  Este giro nos remite a Balibar y Macheray, que apesar de su disvinculación histórica de autor y lector, prometen una consideracíon social del lector.  El texto “aparece como si se oferecera a interpretaciones, un escojo libre, para el uso subjetivo y particular de individuos.”  Pero no todos pueden gozar del texto.  Hay los que “en leer, encuentran, nada más que la confirmación de su inferioridad.”  Y que dice Barthes a estos sujetos? “No hay aburrimiento sincero: si personalmente el texto-murmullo me aburre es porque en realidad no amo la demanda.”  El placer se reifica como ideologia, y el texto se vuelve su manera de producción.